De la casa a la escuela: ¿por qué es importante el proceso de inducción?

papas acompanado hijoPor: Daniela Tripaldi

Es la época del ingreso a clases. Para los más pequeños es el inicio de un período totalmente nuevo en sus vidas. Son comunes las imágenes de niños llorando desconsolados en las escuelas, los padres angustiados por no saber qué hacer; mientras que las profesoras y el personal tratan de ayudar de la mejor manera.

Los recuerdos que tenemos sobre el primer día de clases son variados. El mío fue un día agitado y confuso. Mi mamá me llevaba de la mano a mi nueva escuela que quedaba cerca de casa. El camino fue normal nada nuevo ni especial, como un paseo tranquilo por el barrio. Cuando llegamos a la escuela noté que habían muchos niños como yo -algunos un poco más grandes-. Se bajaban todos del transporte escolar y corrían hacía un lugar que yo no conocía. Mi mamá habló con la profesora y se despidió de mí, me dijo que era mi escuelita que iba a hacer muchos amigos. En el instante en el que ella me decía que nos íbamos a encontrar después, una angustia recorrió mi cuerpo. Tenía miedo, no quería quedarme, así que le agarré la pierna lo más fuerte que pude. El resultado fue que mi mamá me llevó a casa con ella, tratando de calmarme mientras caminábamos. No quise regresar a esa escuela, ni a ninguna otra.

Preguntando a las personas sobre su primer día de clases, las historias que me cuentan a menudo son similares a la mía. Algunos lo vivieron como una natural continuación de la guardería. Mientras que para otros implicó todo un reto el afrontar esta experiencia. Es por esto que desde hace algunos años en las escuelas se ha introducido el llamado “Período de inducción o adaptación”. En este artículo les propongo entender juntos, los cambios que un niño de 3 años debe enfrentar al momento de empezar su vida estudiantil y cómo este proceso de inducción puede ayudarle dándole mayor control de la situación, lo cual a su vez le ayudará a mejorar su autoestima, fortalecer los vínculos de apego, entre otros.

Imaginemos que nos llevan un lugar al que hemos ido pocas veces antes o nunca, la llamada “escuelita”. Ahí estamos con otras personas iguales a nosotros, algunos se ven asustados como nosotros, otros en cambio empiezan a corretear y a jugar inmediatamente. También están los grandes, los adultos. Estos gigantes que muchas veces nos hablan desde tan arriba que pueden darnos un poco de temor y nos cuesta confiar en ellos. Nuestros papás se van, nos dicen que nos veneremos pronto. En ese momento empiezan a invadirnos muchos pensamientos: “se va a olvidar de mi”, “por qué me deja en este lugar?” , “no conozco a ninguna persona”, etc. Estos suelen ser un detonante para un llanto incontrolable que, día tras día, se repite.

Ahora veamos qué le pasa a un niño de tres o cuatro años desde un punto de vista evolutivo. Voy a tomar únicamente los cambios cognitivos que se relacionan más con este artículo. Según Piaget, entre los dos y siete años los niños están atravesando la etapa preoperacional. Empiezan a utilizar símbolos o representaciones del mundo, lo que les va a permitir simular que están haciendo algo y describir una acción por medio del uso del leguaje.

Su juego es simbólico, son capaces de utilizar unos objetos para simular otros, por ejemplo, imaginarse que sus muñecas son personas, que su peluche es su mascota, que una caja es una nave espacial o un auto, etc. Mientras van creciendo, es decir, cuando se van acercando al final de esta etapa, los otros niños se integrarán al juego cumpliendo van determinados roles en el juego, así serán: mamás, doctores, peluqueros, policías, etc.

Los niños a esta edad aún no tienen la capacidad lógica de un adulto, por lo tanto, sacan sus conclusiones en función de informaciones separadas y aisladas que reciben del medio. Esta característica recibe el nombre de Razonamiento Transductivo. Esta característica está también relacionada con el Sincretismo, que se refiere a la tendencia a sacar conclusiones haciendo conexiones entre informaciones que no tienen relación alguna. Por ejemplo, puede asociar: “Me porté mal y mi papá se cayó”; de esta manera, cada vez que el niño se porte mal va a pensar que el papá va a lastimar. Otra de las características de esta edad es el pensamiento egocéntrico, es decir, comprende al mundo en relación a sí mismo. Todo lo que ocurre es por y para él. No comprenden que las otras personas piensan diferente a él y que siguen viviendo a pesar de que él no esté con ellas. De ahí que muchas de las conclusiones a las que llegan se relacionan directamente consigo mismos. Debido a estas características del pensamiento, es común que cuando se dan separaciones o divorcios, los niños a esta edad piensen que ellos son los culpables de los problemas de sus padres.

Durante esta etapa también se está desarrollando su autoestima, la percepción de control sobre su medio ambiente y la autoconfianza en que tiene capacidades para afrontar lo que su medio ambiente le propone. Éstos los desarrolla en función de la relación que el niño mantiene con su ambiente y con el tipo de respuestas que éste tiene ante sus necesidades y logros.

En este momento considero necesario introducir el concepto de Indefensión Aprendida. Seligman (2000) propuso este concepto para explicar un tipo de aprendizaje que se da cuando los seres humanos somos sometidos a estímulos incontrolables, es decir, que pese a nuestros intentos por dar una respuesta, el estímulo no desaparece. Así, aprendemos que nuestros esfuerzos son insuficientes y que no somos capaces de modificar una situación. La consecuencia de este aprendizaje es nos sentimos profundamente indefensos y desarrollamos una serie de síntomas de tipo motivacional, cognitivo y emocional.

  • Tipo motivacional: disminuye la motivación para responder voluntariamente y tratar de controlar los estímulos ambientales.
  • Tipo cognitivo: genera una disposición cognitiva negativa, una dificultad para aprender que sus respuestas son eficaces; resultando en baja autoestima, visión negativa de sí mismo y de sus capacidades.
  • Tipo emocional: con la indefensión se produce un aumento de la emotividad, generando ansiedad y depresión.

¿Qué tiene que ver la indefensión aprendida con la inducción al preescolar? El ingreso a la escuela en sí mismo es un estímulo que recibe el niño, quién con sus recursos cognitivos aún en desarrollo tiene mayor dificultad en entender las razones por las que sus padres insisten en su educación. Además, en la escuela también deberá enfrentar estímulos incontrolables, por ejemplo, estar en un lugar desconocido, con personas desconocidas (grandes y chicos) de los cuales no sabe qué tipo de respuesta esperar. Este importante paso en la vida de un niño es al mismo tiempo una fuente de situaciones que lo prediponen a sentirse indefenso.

Un buen programa de inducción o adaptación puede prevenir la indefensión. Un programa que guíe a los padres y madres de familia y a los docentes sobre la mejor manera de ayudar al niño a tener un poco de control ante esta situación tan nueva que está viviendo. Una recomendación es que demos a nuestros niños la información completa de cada evento importante que va a vivir (en este caso el ingreso a la escuela). Esta información debe ser lo más clara y simple posible, con simple no significa ocultar información sino adaptarla de manera que ellos puedan comprendernos.

La preparación previa al primer día es sumamente importante, llevar al niño a familiarizarse con las instalaciones y si es posible con el personal, le van a permitir saber a dónde va y a quién va a encontrar ahí. Le permitirá identificar personas que le den seguridad. Con esta información seguro disminuirá la ansiedad del niño ante lo desconocido. Creo que nosotros, los adultos, que ya hemos alcanzado la madurez cognitiva, siempre buscamos información sobre el lugar a donde nos vamos especialmente si es nuevo, nos sentimos inseguros si alguien nos lleva a algún sitio sin preguntarnos y sin saber exactamente dónde queda. Si para nosotros es importante saber, imaginemos cuánto lo puede ser para un niño.

Otra recomendación es darle la posibilidad de contactar a sus padres cuando sea necesario. Personalmente, el simple hecho de darles esa opción ha hecho que se sientan más seguros y la verdad es que solo en contadas ocasiones he llegado a llamar a los padres. También es importante cumplir con los pactos, es decir, ser puntuales al momento de retirar a los niños del preescolar; si tenemos algún contratiempo llamar a la escuela y pedir hablar con nuestro niño puede ser una buena idea.

Escoger con el niño un objeto que le dé seguridad. Darle un pañuelo o un objeto nuestro para que se lleve puede ayudarlo a aumentar su seguridad en que vamos a ir a recogerlos.

Fortalecer la relación con nuestros hijos es la mejor manera de darles la seguridad que necesitan. Esto lo podemos hacer organizando actividades especiales con ellos. Podemos crear juntos un calendario donde se incluyen las horas de escuela y también las actividades familiares que se van a hacer luego de las clases. Poner el calendario en un lugar donde pueda ser visto por el niño va a ayudarle a sentirse parte del proceso.

El ingreso a la escuela no tiene por qué ser doloroso. Existen alternativas y estrategias que, conjuntamente con el apoyo de la escuela, van a permitir que nuestros niños puedan tener un inicio agradable y tranquilo. Así les ayudamos, no solo a que sus recuerdos de la escuela no sean de momentos de tristeza y miedo, sino a que desarrollen autoconfianza y una visión del mundo más positiva.

Referencias

Seligman, M. (2000). Indefensión. Barcelona: Editorial Debate.


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