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Es muy frecuente que luego de conversar con alguien nos sintamos extraños, inseguros, sin saber realmente si disfrutamos o no de la presencia de esa persona: Juan cada vez que se proponía hablar con Elena (su pareja) sobre algo que le molestaba, terminaba peleando o cediendo ante ella. No lograba expresarse naturalmente porque al momento en el que intentaba hablar, ella respondía de tal manera que él se sentía culpable o enojado, por lo que no podía mantener una relación sana y estable.
Las relaciones humanas son complejas, estas nos exigen poner a prueba muchas de nuestras facultades: escucha activa, elaboración de la información, manejo de nuestros pensamientos automáticos, preparación y ejecución de una respuesta acorde a la situación. La mayor parte de las veces logramos cumplir el objetivo que nos propusimos al iniciar una conversación y nos sentimos bien; sin embargo, cuando no lo logramos empezamos a sentir un cóctel de emociones como: frustración, ansiedad, tristeza o ira. Estas emociones son una señal de alarma que nos advierte que estamos en un juego psicológico.
¿Qué está detrás de esa interacción que nos impide ser nosotros mismos y expresarnos con naturalidad?
En varias ocasiones (puedes leer aquí) hemos hablado acerca de cómo los pensamientos que tenemos sobre el mundo, sobre nosotros mismos y sobre los demás guían nuestros sentimientos y comportamientos. Estos pensamientos automáticos están presentes en cada momento, muy pocas veces somos concientes de ellos, y además son la punta del iceberg que es nuestra personalidad.
Detrás de los pensamientos automáticos, tenemos aquellas reglas internas o creencias intermedias que son las encargadas de activar determinados pensamientos en función de las situaciones que afrontamos. Se basan a su vez en nuestras creencias básicas, el núcleo de quiénes somos. Las creencias básicas responden a las preguntas ¿Quién soy? ¿Quiénes son los demás? y ¿Qué es el mundo?.
Las interacciones que establecemos durante los primeros años de nuestra vida nos hacen ver al mundo con determinados ojos, es decir, a través de los esquemas que hemos creado y que nos permitieron afrontar las experiencias de esa época. La mayoría de las personas no somos concientes de nuestras creencias básicas, a pesar de que estas prácticamente guían nuestra manera de vivir y comportarnos. Es increíble pensar que son las encargadas de las interpretaciones que hacemos de la realidad, de hacernos sentir a gusto o no en una situación. Estas fueron muy útiles, sobre todo cuando se trató de enfrentar situaciones dolorosas. El problema es que son estables en el tiempo, generales e inflexibles, por lo que siguen activándose durante la adultez. Así, seguimos usándolas aunque ya no sean más adaptativas, pues las situaciones son diferentes y se cuenta con mayores recursos para enfrentarlas.
Si bien, durante la vida hemos podido desarrollar otros esquemas más adaptativos, cuando una situación específica es interpretada como similar a aquella que vivimos en la niñez, se activa automáticamente un esquema antiguo, con todas las creencias básicas que contiene, despertando las mismas emociones y patrones de comportamiento originales. El problema reside en que mientras más se activa este esquema, más se refuerza.
A Carla le gustaría irse a vivir sola, sin embargo, siempre que intenta hablar de su deseo con sus coinquilina algo sucede, ella repentinamente cae enferma. Por lo que Carla, decide posponer su mudanza hasta que estén todos bien; sin embargo, ella empieza a mostrarse irascible y no colabora en casa. Su coinquilina le reclama su falta de interés y Carla le responde que se va de casa; y así empieza todo nuevamente.
Este círculo vicioso en el que se encuentra Carla y su coinquilina es muy común y es similar al que seguramente vive Juan con Elena; se llama Juego Psicológico. En ambos casos, es una situación específica la que desencadenan un patrón de intercambios, seguramente constante en sus familias de origen. El resultado final es que ninguna de las partes se siente bien consigo mismo ni con los demás.
Nuestros esquemas nos hacen más propensos a entrar en este tipo de intercambios o juegos, lo hacemos desempeñando los roles de víctima, agresor o salvador; sin embargo, estos roles no son fijos sino que solemos cambiarlos tan rápidamente que lo único de lo que llegamos a darnos cuenta es la sensación de malestar cuando estamos con esa persona. Lo mismo sucede con los otros, en el juego psicológico activamos y reforzamos mutuamente nuestros esquemas.
Carla, cada vez que quiere iniciar una conversación adulta y honesta con su coinquilina sobre mudarse, activa un esquema de abandono en ella, que la hace responder entrando en el rol de víctima y enfermándose. Carla pasaría a ser la agresora que está “atacándola”. Inmediatamente cambia al rol del salvador quedándose en casa. Al final, dentro de este tipo de interacciones todos terminan perdiendo la posibilidad de elegir y de ser independientes.
En función del tipo de necesidad que no fue satisfecha durante los primeros años de vida, más perjudicial será el esquema y mayores efectos tendrá en nuestras vidas; haciéndonos entrar con mayor facilidad a los juegos psicológicos como victimas, agresores o salvadores. La consecuencia será nuestra imposibilidad de relacionarnos de manera sana y espontánea, y obviamente de disfrutar de las relaciones con las demás personas.
¿Qué hacer?
Estamos muy expuestos a entrar en estos juegos con cualquier persona y lugar. Una situación activará nuestros esquemas y nos llevará a revivir las situaciones dolorosas de nuestra infancia pero con otras personas, como: amigos, jefes, colegas de trabajo, profesores, etc. Para prevenir esto, debemos ser concientes y conocer nuestras necesidades insatisfechas, además de las creencias básicas que se desarrollaron a partir de ellas.
También es importante reconocer que estamos entrando en un juego psicológico, por medio del tipo de comportamientos, cambios corporales y/o emocionales que estamos teniendo. Es recomendable tratar de identificar que rol está asumiendo cada persona en el juego –incluidos nosotros-. De esta manera, podremos cambiar nuestro comportamiento y nuestra manera de interactuar.
Si nos damos cuenta que entrar en los juegos es más común de lo que pensábamos y que los efectos de estas interacciones afectan profundamente nuestra vida, es recomendable que busquemos ayuda profesional.