En las últimas décadas el mundo y la humanidad han cambiado drásticamente. Los avances de la tecnología nos han permitido tener al alcance de nuestras manos información y recursos que nuestros abuelos y sus padres pensaban imposibles. A pesar de que estos cambios han mejorado en muchos sentidos nuestra calidad de vida -por ejemplo en la salud-, los seres humanos aún no logramos adaptarnos a la rapidez con que estos se presentan y terminamos perdidos en medio de tanta información. Esta es una era en donde el tiempo parece pasar más rápidamente, no nos alcanza para tomar decisiones en función de nuestras metas y sueños. Por tanto, el pasar del tiempo, especialmente en el mundo occidental, sea ha convertido en algo terrorífico.
Ser padres, como lo hemos dicho en otros artículos, implican un gran cambio en nuestras vidas y aceptar la responsabilidad que la paternidad conlleva. De ahí que para muchos este rol puede ser demasiado abrumador, sobre todo porque ver cómo crecen los hijos es una de las muestras más objetivas de que el tiempo pasa. Ellos crecen y nos recuerdan que nosotros también estamos creciendo, que somos adultos. Por esta razón, muchas veces, el reto de ser padres es vivido con angustia, lo que impide que aceptar conscientemente esta responsabilidad.
El miedo a envejecer junto al miedo a repetir patrones de crianza de los propios padres, especialmente si fueron extremadamente autoritarios, generan el terreno propicio para convertirnos en “padres-amigos”. Es decir, optamos por un camino en el que quienes se ven más afectados son nuestros hijos ya que los estamos criando huérfanos, viven con sus “padres-amigos” pero no tienen padres en el sentido estricto de la palabra. Los “padres-amigos” son un fenómeno reciente que afecta a las familias en cualquiera de sus etapas. Sin embargo, los efectos se inician a ver claramente cuando los niños están saliendo de la niñez para entrar en la adolescencia.
Generalmente, los hijos con amigos en lugar de padres no respetan la autoridad que estos últimos deberían tener (porque nunca han sido una figura de autoridad), de esta forma, ellos son los que tienen el “control” de la casa, hacen y reclaman que todos hagan lo que ellos consideran justo. En otras palabras, la familia necesita un líder, y como los padres no son reconocidos como tales, entonces el hijo decide ocupar ese lugar. Esto lo puede hacer por medio de caprichos o agresiones; sin embargo, también podemos encontrarnos con hijos “demasiado maduros”, ellos tuvieron que crecer antes de tiempo. En ambos casos, el problema es que “Los hijos se ven desamparados ante un mundo al que no pueden controlar y no saben cómo enfrentar, se sienten indefensos y vacíos.” (Tripaldi, 2015. pp 59).
Ser “padres-amigos” afecta el desarrollo de nuestros hijos de una manera profunda, debido a que:
- El rol de los padres es proteger y educar a sus hijos. La educación implica poner límites y disciplina. Los seres humanos necesitamos, sobre todo durante la niñez, saber que nuestras conductas tienen un límite y que tienen repercusiones. Por medio de la disciplina, nuestros hijos aprenden a convivir en comunidad, los preparamos para respetar a los demás, a ser organizados, a adaptarse al mundo debido a que la disciplina se convierte posteriormente en autodisciplina. Además, el hecho de tener límites hace que nuestros hijos se sientan protegidos y que puedan desarrollar su sentido de control. Empezarán a poner en práctica comportamientos y habilidades nuevas dentro de un ambiente seguro y predecible. Ligado con esto, los padres tienen en sus manos la posibilidad de transmitir a los hijos una visión del mundo segura o insegura, la cual influenciará en el desarrollo de su autoestima y autoconfianza, y la manera como enfrentarán los retos que el mundo les proponga.
- A partir del tipo de relación que establecemos con nuestros hijos, ellos aprenderán a relacionarse con las demás personas, incluidos los amigos. Por lo tanto, somos los primeros agentes socializantes. Según la teoría del apego, el vínculo que establecemos con nuestros hijos les permitirá desarrollar habilidades sociales y establecer otros vínculos afectivos en el futuro. Cuando el apego es inseguro, los hijos crecen con baja autoestima y autoconfianza, lo que impedirá que logren establecer relaciones sanas con otras personas (Allen, J. et al. 1998; Kochanska, G et al. 2010).
- Ser padres implica ser identificados como una figura de referencia. Una figura de referencia es aquella persona que se convierte en un modelo a seguir y a la que recurrimos cuando tenemos que enfrentar un problema grave en nuestras vidas. Si nuestros hijos nos identifican con un amigo, cuando tengan un problema en el que necesiten no solo de apoyo emocional (como puede darles cualquier amigo) sino de soluciones, no tendrán a quién recurrir, se encontrarán solos y sin guías. Tomarán decisiones impulsivas, sin tomar en cuenta riesgos y repercusiones.
Ser “padres-amigos” puede parecer una forma actual de estilo de crianza, donde los hijos tiene la libertad de descubrirse sin limitaciones e imposiciones. Sin embargo, cabe preguntarnos, si el aumento de patologías en la niñez y adolescencia (como depresión, ansiedad, etc) que se ha dado en los últimos años no está relacionado con vivir en una sociedad de hijos huérfanos como nos alerta Sinay (2011). Con esto no quiero decir que debemos convertirnos en padres rígidos y autoritarios, sino alcanzar un equilibrio entre el afecto, es decir, la capacidad de responder a las necesidades de los hijos con aceptación, sensibilidad y afectividad positiva; y el control, que implica formar parte de sus vidas, tener reglas claras y supervisar su desarrollo (Tripaldi, 2015). Recordemos que nuestros hijos tienen y pueden tener muchos amigos, pero los padres son únicos por la función que desempeñan.
Referencias:
Allen, J.; Moore, C.; Kuperminc, G. & Bell, K. (1998) Attachment and Adolescent Psychosocial Functioning. Child Development. 1998 October ; 69(5): 1406–1419.Kochanska, G.; Woodard, J.; Kim, S.; Koenig, J.L.; Eun Yoon, J. & Barry, R.A. (2010) Positive Socialization Mechanisms in Secure and Insecure Parent-Child Dyads: Two Longitudinal Studies. Journal of Child Psychology and Psychiatry. September ; 51(9): 998–1009. doi:10.1111/j.1469-7610.2010.02238.x.
Sinay, J. (2011) La sociedad de los hijos huérfanos: cuando padres y madres abandonan sus responsabilidades y funciones. Ediciones B: Buenos Aires.
Tripaldi, D. Adolescencia, depresión y sentido (1st ed.) Buenos Aires: Editorial Universidad de Flores. 2015. ISBN 978-987-710-047-1